El don de la persuasión es un talento raro, no accesible a todos. Algunas personas utilizan esta habilidad de manera positiva, como en el teatro o la oratoria. Sin embargo, otros eligen emplearla para fines menos nobles, como el crimen. Wilhelm Voigt, un alemán con un talento innato para la persuasión y el atrevimiento, es un ejemplo perfecto. Su carisma le permitía convencer a cualquier persona de cualquier cosa. De hecho, algunos decían que si hubiera usado sus habilidades de otra manera, podría haber sido un político de renombre. Pero Voigt eligió la vida delictiva, y se hizo famoso por robar 4000 marcos alemanes de un ayuntamiento y arrestar a su alcalde, todo con la ayuda inconsciente de la policía y el ejército. Incluso el emperador alemán no pudo evitar admirar la audacia de Voigt, considerando que una hazaña así solo podía ser obra de un genio.
Los eventos de esta increíble historia ocurrieron a principios del siglo XX. Wilhelm Voigt, nacido en 1849 en la región de Tilsit, comenzó su carrera criminal a los 14 años. En 1863, su primer delito lo llevó a la cárcel durante dos semanas. Al ser liberado, fue expulsado de la escuela, lo que lo obligó a unirse al negocio familiar de fabricación de zapatos. Sin embargo, su inclinación por el crimen nunca desapareció. Sus constantes actividades de robo, falsificación y allanamiento de morada lo convirtieron en un visitante frecuente de las prisiones, donde pasó cerca de 27 años de su vida, incluyendo 15 años por intentar robar la oficina de un tesorero de un tribunal.
Para 1906, Voigt había salido de la cárcel, pero su situación seguía siendo desesperada. Después de mudarse a Berlín con su hermana, trabajó brevemente como zapatero, pero fue despedido debido a su historial delictivo. Sin empleo, sin dinero y sin un futuro claro, Voigt decidió fingir que se dirigía a Hamburgo, engañando a las autoridades haciéndoles creer que había abandonado Berlín. En realidad, permaneció oculto en la ciudad como un residente no registrado. Pero vivir discretamente no era suficiente para él. Voigt tenía ambiciones más grandes: planeaba un robo legendario que le otorgaría fama y notoriedad.
Para llevar a cabo su plan, Voigt reunió meticulosamente un uniforme de oficial militar, robando piezas en tiendas locales. Prestó especial atención a los detalles, sabiendo que su disfraz debía ser perfecto para que la gente creyera que era un oficial de alto rango. Su objetivo: el alcalde de Köpenick, una ciudad cercana a Berlín. Pero antes de actuar, Voigt pasó tres meses preparándose, de agosto a octubre de 1906, paseando por las calles con su uniforme y dando órdenes a los civiles y soldados. Para su satisfacción, nadie cuestionaba sus órdenes, y todos obedecían.
Convencido de que había llegado el momento, Voigt tomó un tren en dirección a Tegel, una pequeña ciudad cerca de Berlín, donde reclutó audazmente a una unidad militar estacionada allí. Con sus «tropas», se dirigió al ayuntamiento de Köpenick, donde ordenó a sus hombres rodear el edificio y bloquear todas las salidas. Luego, con una confianza inquebrantable, ordenó a la policía local que interrumpiera las comunicaciones telefónicas durante una hora y arrestó al alcalde bajo la acusación de fraude financiero, anunciando que sería llevado a Berlín para ser interrogado. Mientras los soldados escoltaban al alcalde, Voigt salió tranquilamente del ayuntamiento con una caja que contenía 4000 marcos y desapareció.
No pasó mucho tiempo para que las autoridades alemanas se dieran cuenta de que habían sido engañadas, pero ya era demasiado tarde. La prensa se apoderó rápidamente de la historia, que se difundió por todo el país. Sorprendentemente, nadie culpó a los soldados o a la policía, quienes simplemente habían seguido las órdenes que recibieron. El 26 de octubre, Voigt fue finalmente arrestado, traicionado por un antiguo compañero de celda que conocía su plan y esperaba obtener una recompensa. Fue condenado a cuatro años de prisión por suplantación de identidad, falsificación y robo. Sin embargo, el emperador Guillermo II, impresionado por la inteligencia del plan y la lealtad de los soldados, redujo su sentencia a dos años. Voigt fue liberado poco después.
A su salida de la cárcel, Wilhelm Voigt se encontró transformado de un simple criminal a un héroe popular. La gente admiraba su ingenio y su audacia, y su historia cautivaba la imaginación del público. Escribió un libro sobre sus hazañas, que se vendió bien, y posó para fotografías con su uniforme militar, firmando autógrafos para sus admiradores. Una viuda adinerada le otorgó una pensión, y un restaurante local le ofreció comidas gratuitas de por vida. Voigt pasó el resto de sus días viviendo tranquilamente en Luxemburgo, donde falleció en 1922.
Hoy en día, el legado de Wilhelm Voigt sigue vivo. Una estatua suya se erige en Köpenick, en el lugar donde tuvo lugar su famoso robo. En 2006, la oficina postal alemana emitió un sello conmemorativo con su imagen, celebrando este audaz robo como uno de los crímenes más ingeniosos del siglo.